Existe un lugar único en el mar Mediterráneo. Donde la naturaleza, las niñas, niños y
adultos vivimos en libertad.
Un lugar en el que soñar despiertos, buscar tesoros, escapar de la lava, sentirnos valientes, honrar nuestro tiempo, cuidarnos, correr con los pies descalzos y acariciarnos el alma es nuestro día a día.
Una casa en la que vuelvo a ser niña, una escuela en la que ellos son los maestros. Un templo donde conviven humanos, perros, un burro y cientos de palomas mensajeras,
llenando el cielo con mensajes de paz, amor y solidaridad.
Un espacio en el que si quieres puedes.
Una escuela en la que es posible desmontar un motor, montar grifos, recoger huesos,
dormir en una hamaca bajo la sombra de un viejo pinar.
Donde la creatividad no tiene límites y donde realmente todos podemos abrir las alas y
decirle al mundo entero de qué somos capaces